jueves, 8 de octubre de 2020

El cine de Herschell Gordon Lewis, 1926-2016.

Herschell Gordon Lewis, profesor de inglés, periodismo y humanidades por la Universidad de Mississippi, había trabajado un tiempo en una emisora de televisión y en el terreno de la publicidad y vio totalmente lógico dar el salto "al séptimo arte" cuando se le presentó la oportunidad.

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Siempre dentro del cine de explotación y consciente que su público potencial era de nivel cultural bajo y lleno de prejuicios, empezó rodando algunos nudies, caso de Living Venus (1961), Daughter of the Sun (1962) o Nature’s Playmates (1962), y varios nudie cuties –nudies con un ligero argumento cómico y picaresco que seguían el éxito del The Inmoral Mr. Teas (1959) de Russ Meyer- como The Adventures of Lucky Pierre (1961), Boin-n-g (1963) o Goldilocks and the Three Bares (1963).

Probó suerte también en el denominado roughie, aquellas películas de sexo y mal rollo tan propias de los sesenta, pero no tenía intención de seguir por esos derroteros y se planteó hacer algo distinto, dar un paso más allá. Junto al productor David F. Friedman, uno de los grandes nombres de la exploitation made in USA , se preguntaron un buen día qué podían hacer que no se hubiera visto antes; algo que, aunque fuera de mal gusto, llevara a la gente de cabeza a los cines. En el terreno de las nudie cuties tenían muchos competidores, había que hacer algo distinto donde fueran pioneros y no encontraran competencia. Decidieron ir más allá de los desnudos y mostrar la sangre -y mucha- y los cuerpos abiertos y cercenados de la manera más gráfica y obscena posible. Regodeándose en unas escenas que no sólo eran el gancho para atraer a la audiencia, sino el verdadero leit motiv de la película.

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Pese a lo primitivo de los efectos, resultaron novedosos y desagradables. “La imaginación como substituto de los dólares” que diría el realizador: había nacido el gore. En palabras de Gordon Lewis “(Blood Feast) es un accidente histórico. Nosotros no intentamos deliberadamente un nuevo género cinematográfico; de hecho, lo que hacíamos era escapar de uno viejo que se nos había agotado”. Sus artífices eran conscientes de que estaban creando algo nuevo, y en un principio temieron que lo radical de la propuesta perjudicara su distribución en salas; pero lo que no podían ni imaginar es que estaban escribiendo, para bien y/o para mal, una nueva página en la historia del cine de terror… y del cine en general.

Aprovechando el equipo técnico y artístico de Bell, Bare & Beautiful (1963), otro nudie cutie, Herschell Gordon Lewis rodaría Blood Feast (1963), considerada la primera película gore de la historia, y cuyo presupuesto fue menor de 30.000 dólares porque, según su realizador, todo el equipo de producción era propio. Él mismo se encargó de las tareas de dirección y montaje, y el reparto y los técnicos apenas cobraron a cambio de aparecer en los créditos. El plan de rodaje fue de sólo 6 días, más otros 2 para los planos de recurso.



Tras la primera noche de estreno en un autocine de Peroia, Illinois, se dieron cuenta de que habían dado con la gallina de los huevos de oro. Los vientos soplaban a su favor. En esos años muchas comunidades disponían de legislación contra los filmes con desnudos, pero no había restricciones respecto a las películas con sangre pues era algo naciente, lo que permitió a Lewis y Friedman estrenar en más sitios. Evitaron, no obstante, incluir sexo y chicas en cueros para no tener problemas de censura y sacar mejor tajada.

Al más puro estilo William Castle, repartieron bolsas de papel a los espectadores por si las imágenes les hacían vomitar. El fin de Gordon Lewis y Friedman era puramente mercantilista, encontrar algo novedoso que diera dinero en la taquilla, y sin embargo supuso una transgresión. Aunque desde los bajos presupuestos y fuera de la industria, el gore resultaría un buen golpe contra el Código Hays aún vigente, pues no tardaron desde Hollywood en usarlo para terminar de erradicar al dichoso código. Como tantas veces, fue desde las películas baratas de compañías independientes donde se probó algo nuevo frente a la actitud acomodaticia tan propia de la Meca del Cine.


Aprovechando el éxito de Blood Feast y con la intención de seguir rentabilizando el filón, Lewis y Friedman estrenaron a continuación la conocida Two Thousand Maniacs! (1964), de mejor factura, más humor y ser la favorita de su director a pesar de no conseguir una taquilla como la de su predecesora.



La tercera (y última) cinta gore en común del binomio Gordon Lewis/Friedman y que cierra la llamada “trilogía de la sangre” sería Color Me Blood Red (1965). El productor comentaba al respecto que durante el rodaje tuvieron una estúpida discusión, reconociendo que fue un error por su parte. Al parecer, Friedman quería cuidar más el acabado de las películas como estaban haciendo por entonces otras conocidas independientes, caso de la AIP, para poder competir con éstas, y quiso que Lewis hiciera segundas tomas de algunas escenas que no le llegaban a convencer. Sin embargo el realizador pensaba que así ya estaban bien y no quiso repetirlas. A resultas de ello decidieron que ya era hora de que cada uno fuera por su lado. Dicho y hecho. Los caminos de ambos se separarían a partir de entonces, si bien tanto el director como el productor seguirían haciendo películas por su cuenta.



En cuanto al contenido de la película en si, Color Me Blood Red narra la historia de un pintor que usa sangre humana para conseguir el color rojo en sus obras, argumento que no deja de recordar al de A Bucket of Blood (1960), film dirigido por Roger Corman unos años antes y protagonizado por el característico de la casa Dick Miller. En este caso fue Gordon Oas-Heim el encargado de interpretar el papel principal, el del antipático y frustrado pintor Adam Sorg, que va perdiendo más y más la cordura con cada nuevo asesinato; y entre el elenco femenino que servirá para que adquiera el líquido elemento que le proporciona el tono de rojo buscado tenemos a Candi Conder -vista también en Two Thousand Maniacs!-, Elyn Warner -en la que parece la única película donde intervino- o Patricia Lee.

Como era normal -o norma incluso- en las cintas de Gordon Lewis y David Friedman, las actuaciones son terribles, los intérpretes -generalmente sin mucha trayectoria a sus espaldas al igual que en su futuro- sobreactúan de mala manera, lo que ayuda, junto a esa violencia tan exagerada, a un humor socarrón distanciador y a la fotografía colorista y pop, a dar a sus películas un agradecido tono a cartoon de la Warner, aunque sin llegar a los extremos de su coetáneo Russ Meyer. En cualquier caso, con Color Me Blood Red Gordon Lewis y Friedman facturaban otro barato producto para consumo rápido destinado a las audiencias asiduas a los drive ins, y de paso -esto sí de forma involuntaria- daban forma a un pequeño clásico del cine exploitation y del gore más característico de los sesenta, con todos los defectos y virtudes (a veces los mismos unos y otros) tan propios del género y de sus responsables.
Imagen MD1, 46.

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