No sería extraño que uno, hablando de cine, mencione a Italia como uno de sus exponentes. Los neorrealistas -Fellini, Antonioni y Bertolucci, entre otros directores- suelen aparecen a menudo en la bitácora obligatoria del cinéfilo promedio. Sin embargo, pareciera que son pocos los que recuerdan el enorme aporte que este país ha hecho al cine de terror.
La oleada de horror italiano comenzó alrededor de los ´60s, de la mano de cineastas como Mario Bava, quien debutaría como realizador con su magistral La Máscara del Demonio, o Riccardo Freda, que ya contaba con producciones anteriores de este estilo, como I vampiri (1956).
Con el correr del tiempo, el género creció fuerte en Italia, adquiriendo extraña popularidad y, poco a poco, otros jóvenes realizadores se contagiaron de esta sana fiebre por el horror.
Dario Argento fue uno de ellos, probablemente el más reconocido y valorado internacionalmente, quien al comienzo de su carrera había sido inclusive comparado con el maestro Hitchcock, del que se confesaba un devoto admirador. Sus films se caracterizaron por un uso y tratamiento sumamente estilizados de la violencia, volviéndose un verdadero experto en el manejo del suspenso y famoso por su capacidad de crear personajes sádicos, adictos a la muerte y, generalmente, inmersos en desafortunados traumas infantiles. Argento lograría consagrarse definitivamente como un profesional del género gracias a sus dos obras maestras, Profondo Rosso (1975) y Suspiria (1977), transformándose en uno de los cineastas más influyentes de su época.
Con el correr del tiempo, el género creció fuerte en Italia, adquiriendo extraña popularidad y, poco a poco, otros jóvenes realizadores se contagiaron de esta sana fiebre por el horror.
Dario Argento fue uno de ellos, probablemente el más reconocido y valorado internacionalmente, quien al comienzo de su carrera había sido inclusive comparado con el maestro Hitchcock, del que se confesaba un devoto admirador. Sus films se caracterizaron por un uso y tratamiento sumamente estilizados de la violencia, volviéndose un verdadero experto en el manejo del suspenso y famoso por su capacidad de crear personajes sádicos, adictos a la muerte y, generalmente, inmersos en desafortunados traumas infantiles. Argento lograría consagrarse definitivamente como un profesional del género gracias a sus dos obras maestras, Profondo Rosso (1975) y Suspiria (1977), transformándose en uno de los cineastas más influyentes de su época.
Por ese entonces, Michele Soavi, de quien nos toca hablar en esta ocasión, era un joven romano que -como tantos otros- quería introducirse en el mundo del cine. Comenzó su carrera como extra e interpretando papeles secundarios a finales de los ´70s. Sin embargo, Soavi no tardó en descubrir que su verdadera vocación estaba detrás de cámara: consiguió trabajar en algunas producciones como asistente de dirección y así llegó a conocer a su maestro, el propio Dario Argento, a quien asistió en películas como Tenebre (1982), estableciendo con él una estrecha relación.
Un homenaje, ¿y qué?
Corría el año 1986 y Soavi estaba ansioso por poder dirigir su primera película. Pero fue el propio Argento quien le insistió para que trabajara con él una vez más, prometiéndole que su oportunidad llegaría pronto. Efectivamente, mientras colaboraba con aquél en la realización de Opera (1987) a Soavi le llegó la oportunidad de dirigir, ese mismo año, Aquarius, escrita por George Eastman.
El joven Michele aceptó rápidamente la propuesta y filmó así su opera prima, que se estrenó en Italia con el nombre de Deliria, en 1987. El film no obtuvo demasiada publicidad favorable en su momento, al tratarse de una película que parecía más cercana al slasher norteamericano que al giallo italiano, pasando bastante desapercibida, prejuzgada por la crítica implacable, acusada vilmente de ser una película que descansaba en lugares comunes y con demasiados homenajes al cine de Argento.
Es por eso, justamente, que me propuse reivindicar esta pieza, que no sólo es un film visualmente impecable, sino que propone una gran variedad de ideas interesantes a un género que se encontraba en decadencia.
Llegado este punto, vale preguntarse: ¿qué tiene de malo que una película opere, en algunos puntos, como homenaje? Por el contrario, pocas cosas más bellas que un alumno agradeciendo con un gesto concreto las enseñanzas de su maestro. Y eso es en gran medida Deliria, film que supo explotar a su favor todos los recursos de un formato que se presta a la experimentación y al despliegue formal, lo cual constituye, muchas veces, lo más valioso de una película.
Es por eso, justamente, que me propuse reivindicar esta pieza, que no sólo es un film visualmente impecable, sino que propone una gran variedad de ideas interesantes a un género que se encontraba en decadencia.
Llegado este punto, vale preguntarse: ¿qué tiene de malo que una película opere, en algunos puntos, como homenaje? Por el contrario, pocas cosas más bellas que un alumno agradeciendo con un gesto concreto las enseñanzas de su maestro. Y eso es en gran medida Deliria, film que supo explotar a su favor todos los recursos de un formato que se presta a la experimentación y al despliegue formal, lo cual constituye, muchas veces, lo más valioso de una película.
El engaño dentro de la representación
El film empieza con títulos y sonido de maullidos. A continuación se nos presenta la imagen, en la cual seguimos a un gato (uno negro, obviamente) con un travelling desde el suelo, mientras nos familiarizamos con el ambiente tétrico de los suburbios. La cámara se detiene en unas piernas enfundadas en medias de nylon y tacos altos. Un suave paneo ascendente nos presenta a un personaje femenino, vestido a lo Courtney Love. Se oye un auto que se detiene y la invita a subir, acto que la chica ignora, por lo que el hombre se retira insultando. La mujer continúa deambulando y fumando un cigarrillo con actitud negligente. Se detiene en un pasillo oscuro y apaga el cigarrillo con la suela de sus zapatos. El silencio es absoluto. Repentinamente, unas manos salen de la oscuridad y la toman del cuello, ahorcándola y arrastrándola hacia el interior del pasillo mientras escuchamos sus alaridos.
Comienza la música, un pop sinfónico ochentoso épico increíble, mientras vemos a algunos vecinos asomarse por las ventanas al grito de ¡el asesino! Una mujer se aproxima y descubre el cadáver mientras más personas se amontonan alrededor, colaborando con el caos. De pronto, la música explota y el asesino, un hombre de traje con una máscara de búho, sale disparado de la oscuridad entre la gente y comienza a bailar.
Finalmente, el plano se abre y la cámara realiza un travelling out que devela el artificio: vemos el escenario de un teatro y nos damos cuenta de que fuimos engañados, estábamos asistiendo, sin saberlo, a una representación dentro de la representación. Recurso hermoso para empezar un film de este género.
Comienza la música, un pop sinfónico ochentoso épico increíble, mientras vemos a algunos vecinos asomarse por las ventanas al grito de ¡el asesino! Una mujer se aproxima y descubre el cadáver mientras más personas se amontonan alrededor, colaborando con el caos. De pronto, la música explota y el asesino, un hombre de traje con una máscara de búho, sale disparado de la oscuridad entre la gente y comienza a bailar.
Finalmente, el plano se abre y la cámara realiza un travelling out que devela el artificio: vemos el escenario de un teatro y nos damos cuenta de que fuimos engañados, estábamos asistiendo, sin saberlo, a una representación dentro de la representación. Recurso hermoso para empezar un film de este género.
Efectivamente, Deliria es una película acerca de un grupo de jóvenes actores sin éxito ni dinero (pero deseosos de ambos) que están montando un "musical intelectual", como ellos mismos lo definen, sobre un asesino serial. En medio de uno de los ensayos, la protagonista se lastima el tobillo y, con la ayuda de la utilera, se dirige al hospital más cercano para hacerse ver. El nosocomio al que llegan resulta ser -¡sí!- un psiquiátrico, en el cual está encerrado -¡sí, sí, sí!- un famoso asesino recién capturado llamado Irving Wallace. Cuando las mujeres se están yendo, la cámara, cómplice, nos muestra con un zoom in cómo la celda de este hombre queda vacía: Irving Wallace está suelto.
Una vez de regreso en el teatro, la encargada de utilería se retrasa para estacionar el auto. Obviamente, nuestro asesino está ahí para hacer lo que todos sabemos que va a hacer: asesinarla. A partir de ahí la película sólo crece, tornándose claustrofóbica y sanguinaria con situaciones realmente originales y grandilocuentes. Y eso es lo que vuelve a la película tan rica. Porque el cine de género es, al fin y al cabo, creer o reventar. Uno acepta el pacto o no, pero lo interesante reside en hacerlo: eso es el cine.
Soavi hace gala de esta noción, dejando en claro cuál es su herencia: la convicción de una camada de realizadores que amaban hacer este tipo de películas, que jamás se preocuparon por cómo los encasillaba la crítica pretenciosa y que -con el tiempo y perseverancia- demostraron una integridad artística e intelectual notables. Una actitud que vale la pena rescatar por estos días en los que el pacto pareciera, por momentos, correr peligro.
Una vez de regreso en el teatro, la encargada de utilería se retrasa para estacionar el auto. Obviamente, nuestro asesino está ahí para hacer lo que todos sabemos que va a hacer: asesinarla. A partir de ahí la película sólo crece, tornándose claustrofóbica y sanguinaria con situaciones realmente originales y grandilocuentes. Y eso es lo que vuelve a la película tan rica. Porque el cine de género es, al fin y al cabo, creer o reventar. Uno acepta el pacto o no, pero lo interesante reside en hacerlo: eso es el cine.
Soavi hace gala de esta noción, dejando en claro cuál es su herencia: la convicción de una camada de realizadores que amaban hacer este tipo de películas, que jamás se preocuparon por cómo los encasillaba la crítica pretenciosa y que -con el tiempo y perseverancia- demostraron una integridad artística e intelectual notables. Una actitud que vale la pena rescatar por estos días en los que el pacto pareciera, por momentos, correr peligro.
domingo, 10 de agosto de 2014
AQUARIUS | MICHELE SOAVI | 1987
ATRAPADOS EN EL TEATRO
Hoy tristemente olvidado y casi siempre emparentado a productos de televisión de escasa entidad, Michele Soavi se ha ganado, por derecho propio, un puesto en la historia del cine de terror gracias, especialmente, a su ópera prima “Aquarius” (1987) y a la única e irrepetible “Mi novia es un zombie” (1994). Soavi comenzó como ayudante de dirección del gran Dario Argento en obras como “Tenebre” (1982) para, en 1987, cuando el giallo italiano estaba dando sus últimos coletazos, sorprender muy gratamente con “Aquarius”, cinta que también evidenciaba una clara influencia del slasher americano tan en boga por aquella época a raíz del éxito de la saga “Viernes 13”. Lo primero que llama la atención de su propuesta es la estilizada puesta en escena, muy deudora de la iconografía del mejor Argento. La excelente fotografía de Renato Tafuri y una dirección artística perfecta, que convierte un viejo teatro en terrorífica trampa mortal para sus actores, contribuyen al magnífico acabado formal de una propuesta, para bien y para mal, cien por cien ochentera.
La historia presenta a un grupo teatral que permanece reunido en un local, cerrado bajo llave, enfrascado en los ensayos de una obra musical basada en los crímenes de un asesino real. Casualmente, éste se haya recluido en una clínica psiquiátrica próxima lugar y, tras huir, se colará en el teatro, realizando una espectacular escabechina entre los muchachos. Chicos y chicas de buen ver, mucha explicitud en las escenas sangrientas –hachas, taladros y cualquier objeto cortante son herramientas perfectas para el psicópata de turno, camuflado bajo una inolvidable máscara de búho– y un clímax final antológico que enfrenta a cazador y presa (correctísima y muy bella Barbara Cupisti) son los ingredientes principales de este clásico del género que, al igual que la genial “Demons” (1985) de Lamberto Bava, sabe aprovechar al máximo sus claustrofóbicos espacios cerrados para angustiar y aterrorizar al espectador. “Aquarius”, ganadora del Premio del Miedo en el Festival de Cine Fantástico de Avoriaz, más que una típica cinta de terror, es toda una experiencia audiovisual en donde la forma siempre está por encima del fondo. Esto la hace una pieza atemporal y fascinante que nunca pasará de moda.
PUNTUACIÓN: 8
José Antonio Martín.
http://revistalucarna.blogspot.com/2013/09/deliria-de-michele-soavi.html
http://elpozoperdido.blogspot.com/2014/08/aquarius-michele-soavi-1987.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario